La primera exposici&oacute;n individual del artista en M&eacute;xico: This is Not my Beautiful House.

Diecis&eacute;is pinturas, realizadas en los &uacute;ltimos seis meses para ser espec&iacute;ficamente vistas sobre las paredes de Hilario Galguera,&nbsp;cuelgan en la reconocida galer&iacute;a que alguna vez fue un hogar lleno de movimiento. Con las ventanas del recinto por primera vez abiertas para una exposici&oacute;n&nbsp;&mdash;mientras se escuchan los sonidos de la calle y el canto de los p&aacute;jaros de fondo&mdash;&nbsp;podemos reimaginar, a trav&eacute;s del arte sobre sus paredes, las escenas que alguna vez sucedieron en aquella casa en una de las &aacute;reas m&aacute;s antiguas de la Ciudad de M&eacute;xico. A&uacute;n as&iacute;, no se trata de lo que pudo haber ocurrido en este espacio particularmente, sino en cualquier cuarto del mundo.
Entre gestos y escenas; la exposici&oacute;n, cuyo t&iacute;tulo tambi&eacute;n corresponde a un fragmento de la canci&oacute;n de Talking Heads (Once in a Lifetime), re&uacute;ne instantes del d&iacute;a a d&iacute;a. Personajes relajados en una sala o dos mujeres observando un cuadro dentro del mismo cuadro; frente cada composici&oacute;n, podemos interpretar lo que estar&iacute;a pasando, poni&eacute;ndole t&iacute;tulo a cada pintura, cuya placa descriptiva es inexistente sobre los muros blancos de esta galer&iacute;a.

Todo es posible y sin embargo ninguna obra est&aacute; ah&iacute; por azar, porque cada pieza forma parte de un di&aacute;logo, cuyo orden sigue un viaje intelectual y emocional pensado como el resultado de diversas interpretaciones de fotograf&iacute;as, recuerdos o cualquier evidencia de lo experimentado en un proceso que en cada composici&oacute;n es diferente. 
Como si se tratara de un tipo de impresionismo con la memoria; se presentan&nbsp;lienzos intervenidos por una explosi&oacute;n de pinceladas coloridas imposibles de reproducir o replicar a la perfecci&oacute;n. De cerca, se leen como un dialecto secreto y hasta indefinido entre las plastas audaces que a&uacute;n huelen a &oacute;leo fresco; de lejos, se devela una narrativa que refleja la naturaleza de la pintura como una experiencia &uacute;nica a trav&eacute;s de una imagen que se vuelve familiar para el espectador. Porque s&iacute;, con cada percepci&oacute;n &oacute;ptica que se coloca enfrente, las obras &mdash;compuestas por uno, dos o tres cuadros&mdash;se leen por primera vez.

Como bien explica John Copeland, quien guarda una distancia calculada de sus creaciones, al momento de tomar el pincel, el creativo no apela a lo personal, sino a lo instintivo: &laquo;si es demasiado directo, lo cambiar&eacute;&raquo;. No se trata del retrato de &laquo;alguien&raquo; o alg&uacute;n momento particularmente determinante, porque todo gira alrededor de una simple premisa la cual es universalmente entendible en un intercambio de posibilidades infinitas entre artista y espectador a partir de la observaci&oacute;n.
Y es ah&iacute;, dentro de lo mundano, donde tambi&eacute;n se encuentran las expresiones acentuadas entre fugacidad, fragilidad o trascendencia; como ocurre en el paralelismo de unas flores como el centro de la mesa donde se re&uacute;nen las figuras de Copeland y la naturaleza muerta del v&aacute;nitas en la pintura flamenca y espa&ntilde;ola del S.VXII. No obstante, aquella multiplicidad, pintura tras pintura, surge en una narrativa casual sin pretensiones, donde el creativo deja que su obra cobre vida e historia a trav&eacute;s del visitante.

En un juego que manipula la ligera l&iacute;nea que divide lo abstracto y figurativo, se descubren elementos desde diferentes &aacute;ngulos, tal como sucede en This, Wild, Life&hellip;,cuya magnitud solo podr&iacute;a caber en un estudio tan grande como el del artista en Nueva York. En esta composici&oacute;n, donde es casi imposible no pensar en La &Uacute;ltima Cena, todo parece estar en un punto de tensi&oacute;n y, al mismo tiempo, cada figura, interdependiente, se encuentra exactamente donde deber&iacute;a de estar en una de las tres paredes del &uacute;ltimo cuarto de la exposici&oacute;n, donde se aprecia una s&iacute;ntesis universal de izquierda a derecha con nacimiento, vida y muerte.
Entre dos peque&ntilde;os cuadros de flores y cr&aacute;neos a los lados, un mar de personas reunidas para cenar es la intersecci&oacute;n entre intensidad y paz como ep&iacute;tome de This is Not my Beautiful House, llena de trazos casi espont&aacute;neas donde una silla tambi&eacute;n puede ser un perro que se asoma por debajo del mantel y una figura amorfa con sombrero rojo, un bombero que se sienta a la mesa.

Nuestro ojo ordena la belleza del caos y cualquier interpretaci&oacute;n es v&aacute;lida. A&uacute;n as&iacute;, mientras todo puede hacer eco con las preguntas existenciales y profundas, se habla desde un mundo donde la &uacute;ltima cena hubiera sucedido hoy, donde el concepto central es comunicaci&oacute;n, convivencia, comida, disfrute: una celebraci&oacute;n de vida y muerte&hellip; y el arte de Copeland en el intermedio.

Retrato de John Copeland frente a su pieza This Wild Life… (2022), en su exposición This is Not my Beautiful House (Esta no es mi hermosa casa) en Galería Hilario Galguera. Fotografía por José Rodríguez. Cortesúa de Galería Hilario Galguera.

John Copeland y las pinceladas que convierten caos en armonía

Tags

Entradas relacionadas

L'Officiel Art

Charles y Ray Eames, por amor al arte

L'Officiel Art

Ante la amenaza nuclear, el arte

L'Officiel Art

La revolución azul de Yves Klein

Entradas recomendadas

Pop culture

Gisela Leal, la soledad en tres actos

Joyería

Lutiki presenta una nueva serie de jardinería

moda

Vladiyan Royal, el sueño de toda novia

moda

5 minutos para conocer a Maria Grazia Chiuri

Belleza

¿Por qué todo el mundo está loco por las algas verdeazuladas?

moda

Cerámica, alegría y confeti en la nueva colección de The Coat

Pop culture

Alex Kapranos, el recuento de los años

Belleza

Reescribir nuestra propia belleza desde el amor y la salud