En cuestión de vestimenta, esta pionera del feminismo moderno dominó el arte de no pensárselo dos veces y ha acabado convertida en un inesperado referente de estilo.

&nbsp;&laquo;De Beauvoir estaba marcadamente despreocupada por su apariencia f&iacute;sica y le dedic&oacute; poco tiempo&raquo;, escribi&oacute; en 2006 Hazel Rowley en el libro T&ecirc;te &agrave; T&ecirc;te: Simone de Beauvoir and Jean-Paul Sartre. &laquo;Era una mujer fuerte, atl&eacute;tica. Sol&iacute;a vagar por las colinas que rodean Marsella llevando alpargatas y ropa vieja y andrajosa&raquo;. Recalcando que las preocupaciones de la fil&oacute;sofa eran de tipo existencial, pero pocas veces alguien con tan poco inter&eacute;s por su vestimenta logr&oacute; sentar semejante c&aacute;tedra en cuesti&oacute;n de estilo.

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Su forma de desenvolverse frente el armario estuvo marcada por tres factores: la lucha por convertirse en la persona que quer&iacute;a ser, por no caer en el error de verse a trav&eacute;s de los ojos de otras personas y por su car&aacute;cter franc&eacute;s. En El Segundo Sexo (1949) confes&oacute; lo dif&iacute;cil que era no convertirse en mujer objeto (todav&iacute;a lo es), y su argumento fue puesto en cuesti&oacute;n cuando el semanario franc&eacute;s Le Nouvel Observateur public&oacute; en su portada una fotograf&iacute;a de la escritora desnuda. Nueve a&ntilde;os despu&eacute;s, aunque seguimos viviendo una especie de tira y afloja con la idea de que exponer el cuerpo no es incompatible con el feminismo, encontrarnos esa imagen en el quiosco no nos resultar&iacute;a tan chocante.

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Ment&aacute;bamos antes su condici&oacute;n de francesa (parisina, para ser exactos), porque no es dif&iacute;cil darse cuenta de que pose&iacute;a esa actitud elegante que parece ir en los genes de los all&iacute; nacidos. Verla concentrada escribiendo en una mesita del caf&eacute; Les Deux Magots en la Rive Gauche fue la representaci&oacute;n m&aacute;s gr&aacute;fica de esa cualidad, y un repaso a su guardarropa es la demostraci&oacute;n definitiva de que tambi&eacute;n fue pionera imponiendo su est&eacute;tica.

Optar por no preocuparse es sin duda una elecci&oacute;n premeditada, como lo fueron sus chaquetas con estampados tribales, sus trajes de dos piezas con marcadas hombreras, los abrigos en clave oversize (fruto del descuido, sin duda) o el uso del punto y la bisuter&iacute;a como si se tratara&nbsp;de una declaraci&oacute;n de intenciones. De los turbantes hizo su se&ntilde;a de identidad y tras ellos se escond&iacute;a una evidente economizaci&oacute;n de tiempo. En la Francia de la posguerra, cuando las mujeres pudieron volver a fijar&nbsp;una cita semanal para esos menesteres, De Beauvoir prefiri&oacute; continuar recurriendo a ese accesorio para evitarlo. Con todo, pareci&oacute; querer demostrar algo que d&eacute;cadas m&aacute;s tarde hemos logrado comprender: que feminista y femenino no tienen por qu&eacute; estar relacionados.

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Solo con el tiempo se ha logrado que sus fotograf&iacute;as formen parte del moodboard de los dise&ntilde;adores y que r&eacute;plicas de todo lo que llev&oacute; cuelguen en las mejores tiendas vintage de todo el mundo. El look de Simone De Beauvoir es todav&iacute;a el de alguien con mucha personalidad, y la suya ha acabado siendo influyente hasta en el sentido m&aacute;s superficial. Para muestra, un bot&oacute;n: esta temporada la dise&ntilde;adora colombiana Johanna Ortiz comercializa un vestido que lleva su nombre por m&aacute;s de dos mil euros. Con ese precio de partida probablemente sea m&aacute;s sencillo vestir el intelecto con su bibliograf&iacute;a.

Simone de Beauvoir, feminista y referente (también de estilo)

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