Como los dioses a Marco Antonio, el cine me ha abandonado. La gala de los Golden Globes ayer fue la gota (de cicuta) que colmó el vaso. El showbiz ya no me hace soñar, me hace querer tirarme por la ventana.

Cuando yo nac&iacute; a principios de los a&ntilde;os 70 (del pasado siglo, s&iacute;), Francisco Franco Bahamonde, a la saz&oacute;n caudillo y dictador de Espa&ntilde;a, estaba vivo. Se muri&oacute; poco despu&eacute;s, pero 40 a&ntilde;os de dictadura no se borran de la noche a la ma&ntilde;ana &mdash;creo que este fin de semana estaban quitando la &uacute;ltima estatua de este se&ntilde;or bajito de Melilla&mdash;, de modo que no se puede calificar mi infancia de id&iacute;lica. M&aacute;s bien se puede calificar de infernal.

Crecer en una ciudad de provincias, en un colegio de curas &mdash;o sea, masculino, con todo lo ello conlleva: un mont&oacute;n de cosas masculinas que a m&iacute; no me interesaban nada, y siguen sin interesarme&mdash;, con m&aacute;s pluma [amaneramiento gayer exacerbado por una individualidad mal entendida] que un parque ornitol&oacute;gico y con una personalidad (insoportable, obviamente) muy similar a la que tengo hoy fue un pasaporte directo a la soledad. Impuesta, claro, por los dem&aacute;s; b&aacute;sicamente, el resto del mundo.&nbsp;

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Con ese panorama, como el suicidio estaba descartado porque era pecado mortal &mdash;y en esa &eacute;poca lo del pecado era algo que me quitaba mucho el sue&ntilde;o; hoy, tambi&eacute;n, pero de otra manera&mdash;, no me qued&oacute; m&aacute;s remedio que refugiarme en la ficci&oacute;n. S&iacute;, puede decirse que, b&aacute;sicamente, el cine salv&oacute; mi vida. Bueno, en realidad no la salv&oacute;: sustituy&oacute; una vida que a m&iacute; no me interesaba lo m&aacute;s m&iacute;nimo por otra, de celuloide, plagada de gente interesante: Bette, Joan, Marlene, Katharine &mdash;yo quer&iacute;a ser Katharine Hepburn, incluso aprend&iacute; a enarcar la ceja y subir el ment&oacute;n como ella&mdash;, Greta, Marilyn, Liz&hellip; Todas aquellas pecadoras me acompa&ntilde;an y, sobre todo, me hac&iacute;an SO&Ntilde;AR. Porque el cine, para m&iacute;, era eso: un sue&ntilde;o renovado cada d&iacute;a.

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Desde entonces, cada a&ntilde;o he seguido la ceremonia de los Oscar con la misma devoci&oacute;n con la que una beata sigue la Misa del Gallo: cada premio, cada categor&iacute;a, cada chiste del presentador eran como los misterios del rosario. Siendo adolescente, descubr&iacute; los Globos de Oro y me fascinaron. Si los Oscar eran el rosario, los Golden Globes eran como una novena que cada a&ntilde;o rezaba con fervor&hellip; hasta ayer, en que apostat&eacute;. Desde hace tiempo, siento, como Marco Antonio (el de Cleopatra), que el cine &mdash;y la industria del lujo en general&mdash; me han abandonado.

&iquest;Qu&eacute; est&aacute; pasanda (con a)? Antes, el cine, de la mano de las casas de lujo, te hac&iacute;a so&ntilde;ar. O sea, te hac&iacute;a VIVIR. Pero no tu vida (horrorosa), rodeado de gente hostil y analfabeta, sino otra, llena de color, de brillo, de glamour, de gente sofisticada que estaba bien vestida, bien peinada y bien preparada para ofrecer no la versi&oacute;n real de s&iacute; mismo, sino otra, mil veces mejor.&nbsp;Lo que yo vi ayer no era una gala de entrega de premios, sino la peor de mis pesadillas infantiles: la realidad. Tal cual. Ojo, no hablo de la alfombra roja, que se ha convertido en un g&eacute;nero cinematogr&aacute;fico en s&iacute; mismo, hablo de la gala. &iquest;Gala? Antonio Gala, a lo mejor; porque si hablamos de una ceremonia&hellip;

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No hay nada m&aacute;s peligroso que querer plagiar &mdash;no ya mejorar o reflejar, sino plagiar, directamente, en su sentido m&aacute;s vil y mercenario&mdash; la vida real&hellip; o lo que una comunidad tan solipsista y ensimismada como Hollywood entiende por &laquo;vida real&raquo;, sin documentaci&oacute;n previa.

A saber: gente que recoge premios en su casa, en pijama, con el perro (y su pareja; siempre hay una pareja al lado, porque ahora resulta que el mejor accesorio no es un diamante, sino un c&oacute;nyuge: ninguno de los dos dura para toda la vida; uno termina en la casa de empe&ntilde;os, el otro&hellip; &iquest;qui&eacute;n sabe?); gente que recoge otro premio frente a una impresora (&iquest;qui&eacute;n utiliza una impresora actualmente? &iquest;Funcionar&aacute; o ser&aacute; de atrezzo?); gente que da un speech sin una gota de maquillaje y con el mismo look que llevaba mientras recog&iacute;a fondos para un orfanato de d&iacute;a / ikastola de noche y que, mientras habla, se pone la mano en la boca (porque una cosa es ser inclusivo y otra, muy distinta, que puedan leer mis labios); gente que recoge otro premio, en otra categor&iacute;a, vestida de Alta Costura, pero rodeada de un mont&oacute;n de familiares que se colaron por la puerta de emergencia vestidos como extras de un video de Vanilla Ice en los 90 (mucho antes de sus problemas con la justicia)&hellip;

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O sea, vamos a ver, &iquest;esto te hace so&ntilde;ar? S&iacute;, naturalmente: &iexcl;pesadillas! Esta edici&oacute;n pasar&aacute; a la historia como la del zoom de aquel actor que recogi&oacute; un premio con una sudadera (en categor&iacute;a de comedia, aunque yo, particularmente, lo calificar&iacute;a de drama) o aquella actriz, que inducida por un estilista que la odia a muerte, la convenci&oacute; para embutirse en un vestido second skin plateado que no dejase nada a la imaginaci&oacute;n: n-a-d-a, una cosa escalofriante.

Sin hablar del fondo croma inspirado en un improbable art dec&oacute; aut&oacute;ctono de Las Vegas, las estanter&iacute;as de Ikea de un productor repletas de best-sellers comprados al peso, Ted Danson (y su biso&ntilde;&eacute;) detenidos en un pasillo de casa pintado de gris (porque el gris es muy elegante y estuvo muy de moda para las zonas de paso hace como unos&hellip; &iquest;diez a&ntilde;os?); otro se&ntilde;or que abraza a su hija como si fuese su tabla de salvaci&oacute;n en el naufragio del Titanic (que est&aacute; fenomenal la devoci&oacute;n filial, pero yo creo que, a esas horas, una ni&ntilde;a deber&iacute;a estar en la cama), mientras habla sobre el amor&hellip;

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Ah, los discursos: salvaci&oacute;n, curar, amor, compasi&oacute;n, orgullo&hellip; &iquest;Me dejo alg&uacute;n clich&eacute; en el tintero? No pasa nada, la audiencia est&aacute; en coma, nadie se ha enterado de que el discurso de esa estrella es exactamente el mismo, palabra por palabra, que el que dice la protagonista de El color p&uacute;rpura. Total, la pel&iacute;cula es de hace 36 a&ntilde;os&hellip; &iquest;Qui&eacute;n se acuerda de ella? &iexcl;Yo, yo me acuerdo de ella! Y me acuerdo de la gala de los Oscar de aquel a&ntilde;o y tambi&eacute;n de los Globos de Oro. Y me acuerdo de Cher recogiendo un Oscar, vestida por Bob Mackie, con un dise&ntilde;o que era una fantas&iacute;a. Y, ahora, perdonadme, pero como Marco Antonio al final del drama de Shakespeare, voy a suicidarme un poquito&hellip; &iquest;D&oacute;nde habr&eacute; puesto yo la espada?

GLOBOS DE ORO (GOLFI): la peor de mis pesadillas

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